La tierra es un tema controvertido. Por un lado nos han enseñado que pertenece a un propietario y por el otro es patrimonio de la comunidad.
El poder radica en que ella es expropiada por el dinero de unos pocos a costa de la necesidad de los muchos. Es un patrimonio a la vez privado y comunitario. El problema radica en cómo puede convertirse a favor de quienes no la tienen. Hay mecanismos de posesión que no permiten la distribución equitativa de las mismas y eso por el simple hecho de que están compradas con el dinero de los particulares. Los desposeídos de ella reclaman un espacio donde establecerse y devenir en propietarios a la vez. Es la serpiente que se muerde la cola. Un círculo donde poseedores y desposeídos se lo juegan todo para no deshacerse de ellas. El dilema es que deberían distribuirse de modo uniforme entre los que poseen muchas tierras para permitir el asentamiento de familias en ellas. Es un acto puramente altruista a los que a muchos les cuesta renunciar. Pero sin este modo de pensar la tierra seguirá perteneciendo a los poderosos de turno. En nuestra cultura se nos ha educado en la defensa de la propiedad privada y jamás en la colectivización del espacio terrestre. Seguimos sosteniendo privilegios y los sin tierras soportando siglos de negación de sus derechos. El tema está en desarticular esa mentalidad posesiva de los acaparadores de espacio y llevarlos a ceder parte de sus prerrogativas. Se necesita voluntad política y coraje para cambiar de rumbo. Una fuerza gubernamental que asegure que las tierras son de todos y la proclama de decirle a los terratenientes que declinen sus pretensiones. El beneficio social de todos debe primar sobre las mezquindades de unos pocos que detentan esos favores. La ocupación ilegal de tierras es el único modo que tienen quienes se hallan privados de ellas para ganar esta partida. El sólo recurso cívico que les permite adueñarse de los que también les corresponde. En esta puja no todo vale pero sí esta táctica para apropiarse de un patrimonio que es de todos. Tierras privadas versus tierras comunitarias es la cuestión, y por el momento no queda otra que tomarlas de este modo, a pesar de los egoístas intereses de lo que todo lo quieren para sí. La desobediencia a las leyes es a veces el camino que se debe elegir para acortar la brecha que separa ricos de pobres. Desclasados de señores. Una lucha desigual pero de valor simbólico para los que nada poseen... Es histórico en nuestro país el reparto de tierras por gobiernos conservadores. Ha llegado el momento de ser más justos y desandar ese camino.
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