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American History X, rodando un cine de terror

American History X es una película de 1998 dirigida por Tony Kaye y protagonizada por Edward Norton. En el reparto también aparece Edward Furlong, aquel recordado niñito que hizo de John Connor en la secuela de "Terminator II". Norton interpreta a Derek, un joven skinhead, o ”cabeza rapada”, que junto a su hermano menor (Furlong) integran un grupo neonazi de la ciudad de Los Ángeles.

Es un drama crudo, de guion potente e historia visceral con una actuación destacable de Edward Norton. La trama intercala escenas en el presente, donde Derek sale de cumplir condena en prisión, luego de haber acribillado sanguinariamente a dos delincuentes, en un caso de “justicia por mano propia” con un claro componente racial. El presente se entrelaza –y se explica- con flashbacks en blanco y negro que remontan a momentos previos a los asesinatos, donde el Derek más joven era un cabeza rapada que adoraba a Hitler y la simbología nazista. En este interesante ida y vuelta desde el presente hacia atrás se va construyendo la narración de un drama social, familiar y carcelario. Por su parte, el personaje de Furlong ofrece un relato sobre los acontecimientos que se suceden y que también lo involucran a él.


La historia americana X

Aunque ya cuenta más de dos décadas, este film es actual por el contenido que aborda: el odio racista, la xenofobia y el supremacismo blanco, vigentes desde que bajo el mandato de Trump escandalosos hechos de racismo sacudieron a la sociedad estadounidense y desencadenaron el “Black Lives Matter” (Las vidas de los negros son importantes). Mientras que en Latinoamérica un proceso similar revive Jair Bolsonaro en Brasil, hechos los cuales vuelven a poner en el tapete discusiones que han atravesado a la sociedad desde hace centurias. Por un momento intentemos remontarnos al 12 de octubre de 1492, fecha formal tras la cual se funda la historia moderna eurocentrista. Así se dio el llamado “choque de razas”, o lo que algunos engañosamente denominaron “encuentro de civilizaciones”, eufemismos para referirse a siglos de sometimiento y genoicidio propalado por los colonizadores europeos hacia los pueblos nativos, y del posterior comercio de esclavos desde África hacia las minas y plantaciones distribuidas a lo largo del continente. Al calor de las ideas de la Ilustración y las sucesivas independencias americanas algunas cosas cambiaron: vinieron leyes abolicionistas de la esclavitud, en algunos países más tardes que en otros. El nuestro fue de los primeros en abolirlo, en el año 1813, cuando todavía conformaba las Provincias Unidas del Río de la Plata. La esclavitud en Estados Unidos fue más larga, siendo necesario previamente una guerra civil entre los estados del norte y los del sur, pro esclavistas. Sin embargo, pasado más de un siglo y medio de aquel episodio, la cuestión racial sigue siendo revisada e inclusive incentivada por las clases económicas más acomodadas. Primer tesis: muchas veces se cree que es una cuestión de color de piel, pero creo que va más allá de eso. Porque las leyes abolicionistas no terminaron con la cuestión racial. En efecto, segunda tesis, este conflicto también atraviesa luchas de clases, batallas culturales, desigualdades de género y, por qué no, dilemas científicos planteados por ejemplo desde el darwinismo social, puesto en boga por ciertos sectores en pleno siglo XXI.


Por lo tanto, este discurso de odio racial y cultural no es solo patrimonio de norteamérica, ni lo fue el del genocida nacionalsocialismo alemán en su momento. Siendo evidente que el discurso del odio y la xenofobia es cada vez más patente alrededor del mundo, en Latinoamérica y en Argentina en particular, aun cuando se creía -¿ingenuamente?- extirpado, o al menos aplacado por la política del multiculturalismo de fines del siglo XX. Las desigualdades económicas y crisis del capitalismo como la que está padeciendo el planeta, agudizan, claramente, estas modalidades segregacionistas de la sociedad. Sino veamos la emergencia de movimientos de ultraderecha en la Unión Europa, con simbología y actos fascistas, como lo es por ejemplo el partido Vox de España, que hoy de hecho ocupan bancas en el congreso y pugna por ascender al gobierno en un futuro.


Lo que cabe señalar quizás en este momento es que el odio racista, clasista, de género o religioso no solo es odio pasional. Tercera tesis: es un discurso compartido por quienes se sienten identificados por esos enunciados. Un “odio socializado” si así lo quieren llamar. De esa manera lo que sería un planteo irracional y solitario de un individuo contra la otredad, es decir contra los que no piensan, sienten o ven la cosas como uno, se replica en una rabia colectiva que con desparpajo desembucha la intolerancia, la falta de solidaridad y la violencia tanto simbólica como explícita contra lo que se considera un enemigo a destruir, paradójicamente apelando al republicanismo y la democracia, como viene sucediendo en nuestro país.


El odio solo engendra odio

¿Cómo se pasa de la pasión individual negativa, a un odio irracional que es compartido por una muchedumbre y se visibiliza cada vez con más cólera en las calles y frente a las cámaras, con el menor atisbo de pudor? Uno de los puntos clave está en la discursividad de odio que transita reiterada y sistemáticamente en las redes sociales. Éstas se han convertido desde hace unos años para acá en una versión distorsionada del “ágora” cibernético, donde se despliegan virulentas manifestaciones desde bandos fanatizados, vinculados a expresiones de la derecha (el espectro ideológico es muy amplio, y puede ir desde ultra conservadores a ultra liberales o “libertarios). Derek, el protagonista de America X, justamente forma parte de un grupo de fanáticos neonazis, formados en la discriminación hacia los inmigrantes, los pobres y las disidencias, bajo un manto de supuesta decencia blanca. Ese nivel de fanatismo que raya la ceguera y convierte a las personas en huérfanas de algún ápice de cordura y empatía, es tal vez el mismo que se está viendo en las protestas de la derecha.


Otro punto importante es la poderosa injerencia de los medios masivos de comunicación en la vida de las personas, o sea, en las ideas y los valores que poseen acerca de la agenda pública, muchas veces impuestas por estos mismos medios hegemónicos. Observamos cómo un puñado de corporaciones monopoliza los medios y la información. Entonces estamos ante la presencia de la capilaridad extraordinaria –y creciente- con que estos medio/dispositivos actúan hoy en día ante la población, para generar agenda y encauzar las conductas de la muchedumbre ansiosa.


Un tercer punto a mencionar es la creciente desigualdad socioeconómica que el sistema neoliberal en el marco del capitalismo global sigue generando, y acentúa aún más desde que comenzó la pandemia por covid-19. El aumento de la brecha entre los que más riqueza tienen y los que menos ahonda la aporofobia, consultando al diccionario esto sería “el miedo o temor irracional a las personas indigentes o muy pobres”; pero si agudizamos el análisis más que fobia o trastorno mental, se trata de un fenómeno más bien social que margina y excluye a los sectores de la sociedad más empobrecidos. La aporofobia de las clases ricas hacia los más humildes ha sido bien confiscada por estos medios de comunicación señalados más arriba, en función de narrar una grieta e ir socavando la legitimidad del gobierno nacional, o de cualquier gobierno que atente contra sus intereses económicos y políticos.


Rodando un cine de terror

Lo que quizás no advierten aquellos que se ufanan de estas marchas del odio donde supuestamente vale todo por recuperar su querida República, es que una forma de vida basada en el odio no puede llevar muy lejos a nadie. Cuando Derek es violentado por una banda de cabezas rapada dentro de la cárcel, un viejo profesor suyo va a visitarlo. Finalmente en un estado muy vulnerable Derek se confiesa con él. Quiere cambiar y necesita de alguien que lo ayude a salir de la tortura en que se convirtió su vida, no solo para él sino para toda su familia. El profesor le interpela: para cambiar su vida, necesitará cambiar las preguntas que venía planteándose hasta el momento. “¿Qué hiciste para mejorar tu vida? ¿Lo que hiciste contribuyó para ello?” En esa prédica del bien, media machacona pero efectiva, es que el personaje de Norton da un giro y empieza a tratar de cambiar su conducta. Se aparta de sus antiguos amigos neonazis, y fortalece su relación con un compañero negro que hizo dentro de la cárcel, que le demuestra a través de la confianza y la amistad la vil falacia del verso fachistoide, que Derek defendía fervientemente, al punto de llegar a matar. A veces lo más efectivo contra la ceguera fanática es machacar y machacar los errores y los horrores de sus propios actos, a costo de pagar muy caro por sus consecuencias, como le sucede al personaje principal y las personas que lo rodean.


Finalizando, tal vez American History X nos enseña con el ejemplo de Derek que esta muchedumbre reaccionaria se está haciendo las preguntas equivocadas, o que quizás busca respuestas que no son. Las dos aseveraciones, afirmo, son correctas. El derecho a la movilización figura en la Constitución y no se puede privar a nadie de ejercerlo, aun en medio de una pandemia, o sindemia, como le dicen ahora. De hecho las distintas oposiciones a los gobiernos deberían motorizar a las democracias, entendiendo claramente que los conflictos de intereses son inmanentes a la vida en sociedad, pero convengamos que no son sanas ni constructivas las consignas que destilan odio y resentimiento hacia el pueblo trabajador, los desocupados y las desocupadas. Como dije más arriba, el odio solo engendra más odio y no puede llevar lejos a nadie.



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