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Network, poder que mata

Cuando los bobos quieren tomar las calles. Análisis a través de una obra de Cine


Por Valentín García para Revista Desde la Trinchera




Network (“Poder que mata” en español) es una película de 1976, dirigida por el recordado director y guionista estadounidense Sidney Lumet, creador de obras destacadas como “Doce hombres sin piedad”, “Sérpico” y “Antes que el diablo sepa que has muerto”.

En dos horas se desarrolla “un análisis sobre el poder de la televisión, que retrata un mundo competitivo donde el éxito y los récords de audiencia imponen su dictadura.”[1] El protagonista, el oscarizado Peter Finch, que hace de animador de un programa de televisión, entra en un bajón anímico tras quedar viudo, y cuando ve que su viejo programa comienza a decaer igual que él, la cadena en la que trabaja amenaza con sacarlo del aire.

Luego de esa introducción, el personaje entra en una turbación de la que no va a poder salir: en su último programa amenaza con suicidarse dentro de una semana. De ese modo, busca atraer la atención de los televidentes. Pero también obtiene la atención de los productores y programadores del canal, los cuales solo piensan en los números del rating y la rentabilidad económica de sus productos. Primero, estos lo tildan de lunático, pero cuando ven que la audiencia mejora con los días, al demente personaje de Peter Finch le es cedido el prime time de la noche, otorgándole riendas suelta a sus desequilibrados consejos. Desde allí se irán hilvanando historias entrecruzadas (o redes de poder) en los entresijos de la cadena de televisión: desde la fría e implacable programadora que solo busca escalar posiciones en la empresa, encarnada por una sólida Faye Dunaway, el hosco CEO de la Corporación, personificado por el talento actoral de Robert Duvall, y el inolvidable William Holden, que hace de nostálgico amigo de Finch.

El contexto de allí es claro: plenos setenta en EEUU. Crisis de los petrodólares, la Organización de Estados Petroleros (OPEP) decide el aumento del barril, el alza del precio del petróleo, todo ello depara en la crisis del modo de vida del país del norte. Esto es retratado en la película con total lucidez: la decadencia de una sociedad que se empobrece económicamente y se embrutece con los programas sensacionalistas que van copando los estudios de TV. Y lo que no se dice, pero figura subterráneamente en el film: el nacimiento de una nueva organización económica vinculada a la globalización neoliberal.

Todo en la película es magistral, desde su guión hasta cómo están contados sus personajes. Hay una escena genial en la que Peter Finch llama a sus “rebeldes” televidentes a saltar el cerco, saliendo a la ventana a gritar “¡Ya estoy harto de todo!”, e inmediatamente cientos de personas salen a sus balcones y ventanas para hacerlo. Así de automático se pasa de un discurso anodino a la bronca de miles. O en otras palabras, se crea un sentido común algo borroso a ciertas luces, pero poderoso en sus fines: confirmar una postura anti-algo.

Tristemente, la rebelde causa que propugnaba aquel loco animador, no era más que el delirio egoísta de un conductor apesadumbrado por la idea de que suspendan su programa. En “Poder que mata” hay serias analogías con el poder que mata actualmente. Pregunta que surge: ¿cuántas veces, en cuántos diarios, programas de TV y redes sociales ciertos sectores –minoritarios pero escandalosamente concentrados- salen al espacio público bajo diversos leitmotiv a estimular una “subversión antisistema” (y recalco las comillas) en la población para, paradójicamente, defender el sistema tal cual está planeado? Bajo la idea de una “revolución”, en el año dos mil veinte se puede defender lo establecido, es decir, el orden conservador de las cosas. Salvando distancias con lo que sucede en Network –que vale señalar no estaba lejos de lo que ocurría con la sociedad estadounidense en los 70- estamos hoy parados en una realidad parecida, al menos en sus formas, respecto a las particularidades argentinas. Cuando la lengua de los que detentan el poder llega a miles o millones, sus rumores, por más ficcionales que sean, tienen una hondura preocupante en los sentidos comunes de la sociedad toda. Y, agravado por los avances en las nuevas tecnologías que ofrecen el consumo instantáneo de informaciones variopintas en las redes (muchas de ellas falsas), se generan las condiciones para el armado de una “bomba social” dispuesta a ladrar cualquier eslogan o discurso vacíos de sustancia, en favor de los intereses de unos pocos.

Sin embargo estas masas que ladran no parecen morder, al menos por ahora (aunque ya se les denotan signos de rabia a algunos). Son personas de carne y hueso, con historias e intenciones, que claramente comparten un sentido político hegemónico, o al menos marcado por ése relato. A ser precavidos: la apolítica es una declaración política en sí. Y paradójicamente no tienen un discurso político articulado ni coherente. Al contrario, se le atribuye una gran habilidad para soltar frases como al vacío y se las dejan pulular en el aire como si de alimentos se tratase, solo con el fin de poder sobrevivir en ese imaginario construido por los sectores más reaccionarios, reacios a debatir: es que da la sensación de que sin esa fuerza virulenta del relato fragmentado el movimiento se caería por sí solo. De estos datos se desprende la reflexión de que solamente en una época atravesada por la posmodernidad como es la nuestra se den las condiciones para que en una marcha se amontone gente que explota contra: la intervención a Vicentín, PyMEs que legitimamente protestan porque no pueden abrir sus comercios debido a la cuarentena, y pro-conspiradores que proponen y afirman que la Pandemia es solo un invento de la elite-masónica mundial.

En Network el showman que gobernaba el primetime de la TV es finalmente liquidado por los ejecutivos de la cadena–al pobre no lo podían bajar del pedestal-, y no porque tuviera ideas tan absurdas como peligrosas y la gente desde sus hogares lo emulara; sino por una cuestión aún más lasciva y práctica que aquella: necesitaban quitarlo de encima para poner un programa nuevo y más rentable. A fin a la lógica del mercado. Se ve que al carismático personaje encarnado por un excelso Finch se le acabó su tiempo en el aire.

[1] Cita extraída de Filmaffinity.





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