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La culpa no es del fuego

Sobre los “malditos” incendios en los humedales y bosques de Argentina. Parte II


Ayer leí una nota que decía “Todo fuego es político”, parafraseando a los Redondos en una de sus canciones del álbum Oktubre. Me pareció muy elocuente y acertada. Plantear que el fuego es político, es advertirnos que no nace de un repollo, de la nada y se expande porque sí en diferentes focos y a la misma hora.



El día después de los incendios en el Valle de Punilla, Córdoba

En la anterior nota intenté desarrollar una suerte de análisis entre la película Chinatown (Barrio chino) y los incendios que aparecían en nuestro país y hoy ocupan temas de agenda, comentando que, a contramano del discurso oficial que busca excusas específicamente en el cambio climático, últimos informes nos revelan que el 95% de estos focos son desencadenados por acciones antrópicas, es decir, humanas. Antes de seguir, aviso que para esta ocasión omitiré el análisis de cualquier película y me abocaré a dar apenas un paneo general del marco social, político e institucional argentino en que se dan estas quemas.


Lo que arde

Resulta llamativo que no solo se están incendiando los bosques nativos a lo largo y ancho del país sino que además, con el mismo nivel de gravedad, metafóricas llamas parecen crecer en un contexto tanto político como social candente: pulseada sin clemencia entre el oficialismo y la oposición por ver quién paga los costos de la crisis que dejó Cambiemos y agudiza la pandemia del coronavirus, crecimiento de la pobreza y el desempleo (según INDEC para el año 2020), con la actual gestión más empantanada que convencida de dar el siguiente paso hacia dónde aún no se sabe muy bien. A esto se suma la consolidación de gobiernos de derecha en Latinoamérica e intentos golpistas que asoman desde los sectores más retrogradas y concentrados de Argentina, con discursos represivos desde el establishment punitivista (verbigracia “Don” Sergio Berni) que amenaza con institucionalizar la desaparición forzosa y el gatillo fácil, coronado por la pleitesía mediática que juega desde el oscuro cuarto poder/”real power”, son algunos de los datos que nos proporciona esta delicada realidad que estamos viviendo entrando a la década del veinte. No por casualidad estas llamas que acechan nuestras existencias cotidianas simbolizan una clave de época. Todo parece incendiarse. Ya vimos las primeras imágenes de una Córdoba incinerada. Si por un momento imaginamos que esa provincia en los últimos cien años agotó sus bosques nativos a solo el 3%, y que tan solo en el transcurso de este 2020 se quemó el 10% de lo poco que queda, estamos entonces ante un escenario más que complicado. No solo Córdoba, también San Luis y diversos sectores del Gran Chaco, sin descontar los humedales barridos por el fuego hace menos de un mes a orillas del Paraná, lo cual redondeando son más de once las provincias quebradas por esta problemática social, ambiental y económica, en lo que configura uno de los años con más ecocidios de la historia Argentina.

Sobre ecocidios, ganadores y perdedores

A la espera de que las llamas mermen tras la lluvia, los pobladores de esos sitios más damnificados solo esperan con escozor un paisaje teñido de gris ceniza después de amainar la tormenta que no llega. Muchos perdieron sus hogares a manos del fuego, otros además el ganado o huertos para paliar sus ingresos de subsistencia. Junto al incansable corazón de los bomberos y de defensa civil, los campesinos, ‘los que son de ahí’ luchan codo a codo para apagar el fuego. La opción para ellos es o quedarse resistiendo en el territorio ante el entramado judicial-policial-empresarial-gubernamental al servicio del capital, o huir hacia la miseria de los cinturones de pobreza de las grandes ciudades, en búsqueda de alguna chance de bienestar que actualmente se hace cada vez más lejana para la clase trabajadora y desocupada argentina. Ellos claramente no son los primeros beneficiados de estas fechorías. No hace falta nombrar de quién hablamos cuando se habla de Agronegocios y de Countries (desarrollos inmobiliarios queda más formal), vinculados a los poderes provinciales más cómplices y afines a ese sistema, que procuradores del bien popular y ecológico que le dan sustento electoral. Para ese poder imperante es más fácil echarle la culpa al clima que a las balas que han sabido utilizar para acaparar tierras y desalojar comunidades nativas arraigadas desde antes de que existiera la propiedad privada. Al fuego no se lo puede escrachar, enjuiciar o arrestar, ya que en Argentina no hay leyes que penen acciones que atentan contra los ambientes, y si las hay, como se promulga en la Ley de Bosque, por ejemplo, no hace mella en el terreno empírico de la realidad donde los castigos por ecocidio no se dan. De hecho el calificativo de ecocidio -o sea crímenes contra el medioambiente- no existe al día de hoy en el régimen penal argentino. De ese modo se exonera a los responsables materiales e intelectuales de este desastre ecológico y social que nos entrega una triste cartografía del país con menos áreas verdes que hace apenas un par de meses.


No es el clima (lo que arde) es el modelo

Son tibias las declaraciones y las acciones desde el Gobierno Nacional al respecto, y no es de extrañar su poco amor a la defensa de los ambientes del territorio en que vivimos y moramos. Valga recordar, fue el mismo actual canciller de la Nación, Felipe Solá, quien en los noventa de Menem autorizó desde el Ministerio de Agricultura a Monsanto y otras trasnacionales en el rubro de los agroquímicos para producir, distribuir y vender el herbicida roundup; de ese modo se afianzó la conquista de la “Revolución verde” en Argentina y la expulsión de viejos chacareros y hacendados en la región pampeana y de pueblos originarios campesinos en el norte. Este modelo de transgénicos y biotecnología continuó y se profundizó a lo largo de estas décadas, bajo distintos signos políticos. El canciller ahora está intentando cerrar con los chinos un peligroso acuerdo porcino que no hace más que profundizar el rol colonial de una argentina dependiente del mercado externo y su economía reprimarizada al servicio de las potencias hegemónicas. Progresismo cero en materia ambiental y ecológica. Desmontes y contaminación al palo. Evidentemente, no existen grietas partidarias a la hora de repartir y esquilmar los recursos naturales del territorio que el pueblo pisa.


Recién ahora, medio tarde, surgió un proyecto de ley del Frente de Todos que inhabilitaría tocar esos ambientes –ya dañados- por 60 años. Mientras que el otro día hablando con un conductor de América TV el actual presidente de la Sociedad Rural, Daniel Pelegrina, ya advirtió sin pelos en la legua que la misma avasalla los derechos de los latifundistas a seguir expandiendo la frontera agropecuaria sobre montes, humedales y comunidades. Es probable adivinar el destino de dicha ley. A casi un año de cambio de gestión, ya sabemos cómo le ha ido al gobierno en materia de negociar con los actores fuertes del Agro: baja de las retenciones a los granos, derogación de la ley de expropiación a Vicentin, quita de regalías a las corporaciones trasnacionales que explotan minerales e hidrocarburos en Argentina, y más. En este marco la pregunta no es cuánto tiempo más pueden inclinarse de rodillas nuestros actuales dirigentes frente el estatus quo cercenador de derechos; sino dónde está el campo popular (trabajadoras y trabajadores, desocupados y desocupadas, estudiantes, colectivos ambientalistas y feministas, entre otros) para torcer la rosca en favor de los desposeídos sin tierra y sin techo que hoy luchan por un espacio propio, y de los derechos ambientales, hoy en terapia intensiva.


Me gustó un cartel que rezaba: no es el clima -y yo agrego- lo que arde, es el modelo. Y vaya paradoja: tal vez hoy más que nunca y que siempre sea necesario encender esos “fueguitos” de los que nos hablaba Galeano. Un mar de fueguitos, al fin, para apagar tanto incendio.




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