Se va, se fue. Aquel sujeto que presidió los destinos del país desde 1989 hasta 1999. Finales del siglo veinte. Se hablaba mucho del Consenso de Washington, las relaciones carnales con la Casa Blanca, el FMI y el Banco Mundial. Argentina, convertida en el máximo modelo -¿a seguir?- de lo que la doctrina Neoliberal podía ofrecer para el mundo: privatizaciones masivas de entes públicos (YPF, Aerolíneas, Entel, Ferrocarriles Argentinos, y una larga lista), descentralización burocrática de la educación y de la salud, que pasaron, tras distintas reformas estructurales, de Nación a las Provincias. Por ejemplo, con la Ley Federal de Educación se determinó el traspaso del secundario al sistema de Polimodal y la EGB, y materias tan importantes como Historia o Geografía reducidas al término “Ciencias Sociales”. Un vaciamiento integral de logros históricos y sociales, en poco tiempo y bajo “democracia”.
Se va aquel que, junto a Domingo Cavallo, ordenó abruptos recortes del gasto público en áreas clave para el desarrollo vernáculo, y que dio el golpe de gracia final para el total desguace de las industrias nacionales, que ya venían vapuleadas desde el inicio de la última dictadura. La apertura económica indiscriminada, recomendada por los organismos internacionales, y la liberalización total de la economía que dio paso al uno a uno (un peso igual a un dólar) creó por unos años la realidad paralela de que el país salía adelante, bajo la fantasía de que cualquier producto foráneo era mejor, más barato y otorgaba un mayor gusto de consumo (desde los populares “Todo por dos pesos” a los autos de alta gama importados desde los países desarrollados), sin calcularse las nefastas consecuencias que tendría para el tejido social y productivo argentino a lo largo del tiempo y que aún hoy experimentamos.
Se fue aquel que alineado a la burocracia corrompida del PJ (en gran parte cómplice del régimen económico y político establecido), en connivencia con las cúpulas sindicales y patronales, fueron disuadiendo hasta reducir a sus últimos vestigios a los movimientos sindicales de base que podían expresar disconformidad y lucha contra ese sistema cada vez más injusto y empobrecedor.
Se fue aquel que dio paso libre para convertir a los campos y alimentos del país en auténticos laboratorios en uso de herbicidas, pesticidas, insecticidas, y otros “cidas”, aplicados bajo ninguna regulación estatal por las multinacionales que se adueñaron sin más de nuestras tierras, nuestros cultivos y nuestros alimentos, terminando con cualquier reclamo legítimo de “Soberanía alimentaria”. También se va aquel que aprobó la llegada de la megaminería contaminante a las provincias más saqueadas de Argentina, entre ellas La Rioja, lugar natal donde nació el sujeto en cuestión, y donde, rodeado de la miseria más preocupante, hizo construir una pista de aterrizaje millonaria solo para uso privado. Y además, con él y María Julia Alsogaray, se fueron las reiteradas e incumplidas promesas de saneamiento de uno de los ríos más sucios del mundo, triste récord nacional que no ceja en la actualidad. Quizás nunca el pueblo argentino fue más engañado.
Se va aquel ex presidente que, amparado y protegido por las armas judiciales y políticas del establishment, nunca dio explicaciones a los familiares de las víctimas por los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, ni a los heridos ni a los muertos por la explosión de la fábrica militar de Río Tercero un año después, eventos estos que no nos dan más margen para suponer que tras bambalinas actuaron los mismos encubridores de siempre, los del poder fáctico, los del poder real, que ni vos ni yo conocemos, ya que esconden muchas identidades o paraderos. En todos estos casos, prevalecieron juicios aletargados hasta la eternidad para que no se sepa quiénes fueron y cuáles eran sus intenciones, de por sí siniestras, valga la aclaración, como lo son la venta ilegal de armas y las venganzas geopolíticas. Pero, por suerte, nos queda ese reducto que es el sentido común compartido por la mayoría del pueblo, que nos dice que sí, que sabemos quiénes fueron los autores intelectuales y materiales, qué querían, qué ocultaban y qué teje y maneje aplicaron para no darse a conocer.
Pero, qué le queda a la justicia que el pueblo exige, si no hay mayor injusticia que la absoluta impunidad con la que Carlos Saúl Menem -el ex presidente que gobernó en aquellos años de degradación estructural de la sociedad toda- se manejó en cada ámbito por el que anduvo, se codeó e imperó con una solvencia tal esquivando cualquier enjuiciamiento o condena popular. Fue el primer presidente argentino populista que entró con relato de izquierda para luego gobernar con la derecha. De joven revolucionario, fue perseguido por la dictadura cívico-militar. Ya había sido gobernador de La Rioja en dos ocasiones, interrumpida por el golpe. Tras la vuelta democrática se convirtió en la cara lavada del nuevo peronismo nacional que apuntaba a finales de los ochenta; Menem aparecía en ese contexto como la imagen de un caudillo del Interior, justiciero, humilde y trabajador, con largas patillas que emulaban –salvando distancias históricas y políticas- al imaginario construido alrededor de figuras como el “Chacho” Peñaloza o el mismo Facundo Quiroga, para muchos riojanos y argentinos considerado como dos héroes anti porteños del siglo XIX.
Con el gobierno de Raúl Alfonsín tambaleando, se adelantaron las elecciones que consagraron a Menem como presidente, en medio de una hiperinflación imparable y desempleo creciente. Antes de sentarse en el sillón de Rivadavia, ya se había sacado las patillas. Tal vez jamás se aplicó mejor la categoría de “estafa electoral” para un político elegido por el voto democrático que fue a contramano de todo lo que postuló en su campaña para presidente. De allí nació el tristemente célebre eslogan “Menem lo hizo” que fue usado a favor y en contra de sus políticas de vaciamiento.
Es que con él, se fue quien dio inicio a un fenómeno inédito hasta el momento en este lado del mundo: la farandulización chabacana del ámbito político. Ninguno más que Menem alardeaba de sus costosos viajes al exterior, sus paseos en autos de lujo y el descorche de la champaña más cara junto a las celebridades locales e internacionales más importantes y glamorosas que se podían encontrar en esos años: Desde los Stones hasta Michael Jackson, pasando por Madonna, Lady Di y Xuxa, que lo visitaron en la Casa Rosada y se sacaron foto. Mientras que en el plano local Susana Giménez, Mirtha Legrand, Marcelo Tinelli, Charly García y Maradona entre otros tantos famosos, se codearon con un presidente encandilado por el mundo del espectáculo. El mismo Fidel Castro enviaba habanos desde Cuba, porque el riojano era fanático de los puros, como de casi todo de lo que tuviera etiqueta “Made in”.
El mismo que se sacaba fotos con las estrellas más codiciadas era el que propugnaba la privatización de las jubilaciones, bajo la máscara de las AFJP, uno de los negociados multimillonarios más escandalosos y perjudiciales que sufrieron los adultos mayores en nuestro país. Nada de esto apareció en su campaña electoral, antes de ser elegido. Tampoco el indulto de 1990 a los civiles y militares condenados por crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, en total más de 1200 involucrados en diversos casos resultaron indultados. El mismo presidente que vapuleaba a los sectores populares y obreros con medidas tan apáticas, luego nos hablaba en la tele de viajes en cohete por la estratosfera, jugaba al fútbol y al básquet con las figuras más reconocidas de esos deportes, conducía programas de TV, paseaba en su Ferrari roja por Olivos y participaba de eventos caritativos junto a la crema de la alta sociedad. Era la política de la pos verdad en su máxima expresión. Porque era claro, como bien él mismo se encargó de expresar en una nota a la sociedad argentina: si decía lo que iba a hacer no lo iban a votar.
Los años siguientes hasta su fallecimiento logró impunidad a través de los fueros del Senado, y aunque estuvo varias veces en el banquillo de los acusados, ninguna Cámara Judicial lo condenó en definitiva, dejando en libertad –y en una especie de limbo hermético intocable- a uno de los más grandes transgresores que atentó en contra del pueblo argentino. Otra de las tantas deudas de la democracia. Murió apañado en el corazón del establishment político y empresarial. Alejado de las cámaras, la crema y la fama que lo acostumbraban. Quienes se beneficiaron con sus medidas hoy imperan indolentes en un país que se desangra en heridas abiertas del pasado y la pobreza que nos siguen dejando.
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