Por Carlos Poó para Revista Desde la Trinchera
Muchas veces escuchamos decir a reconocidos periodistas, encumbrados analistas e incluso a investigadores de renombre, que los golpes de Estado son una cosa del pasado. Con espanto, vemos como esos adalides del fukuyamanismo suelen pulular por casi todas las pantallas de la divina TV fhürer, propalando una idea que tiene mucha relación y arraigo con el supuesto hecho que vivimos un eterno presente de democracia liberal y burguesa próximo o cercano al mismo “fin de la historia”.
Esa idea, un tanto esquemática y antojadiza, termina transformando a la democracia en una especie de bebé de Rosemary de una secta no menos satánica que la creada por la poderosa imaginación de Ira Levin, autor de la consagrada novela. Secta que quería apoderarse del niño para consagrarlo a sus rituales maléficos. Y eso sin dejar de considerar que los nostálgicos del golpismo, ya sean neoliberales o conservadores, son tan capaces de arrojar al niño -el de Rosemary u otro, para el caso no importa- junto con el agua de la bañera.
Pareciera como si el sentido común hubiera internalizado una idea, que lejos está de la dramática realidad que vive nuestra querida América Latina en la actualidad. Porque aún en momentos donde proliferaron gobiernos amigables con nuestros pueblos y sus demandas, las intentonas golpistas con mayor o menor éxito estuvieron a la orden del día. Aun durante esos tiempos que duró esa especie de “primavera de los pueblos” -parafraseando a Eric Hobsbwam- en versión latinoamericana y posmoderna que supimos conseguir durante las dos primeras décadas del siglo XXI.
En efecto, cuando contrastamos esa idea con nuestra historia reciente encontramos que en los últimos 18 años se llevaron a cabo cuatro intentos fallidos de golpes de Estado mientras que se produjeron cinco golpes de Estado:
• 2002 intento de golpe de Estado contra el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela.
• 2004 golpe de Estado contra el gobierno de Jean-Bertrand Aristide en Haití.
• 2008 intento de golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales en Bolivia.
• 2009 golpe de Estado contra el gobierno de Manuel Zelaya en Honduras.
• 2010 intento de golpe de Estado contra el gobierno de Rafael Correa en Ecuador.
• 2012 golpe de Estado contra el gobierno de Fernando Lugo en Paraguay.
• 2016 golpe de Estado contra el gobierno de Dilma Rousseff en Brasil.
• 2019 intento de golpe de Estado contra el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.
• 2019 golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales en Bolivia.
Vale la pena aclarar que acá estamos considerando solamente aquellos intentos de golpes o golpes de Estado realizados en dicho período en la región. No hemos tenido en cuenta la serie de acciones llevadas adelante por la injerencia y el intervencionismo imperialista yanqui; que al histórico y criminal bloqueo de los EEUU sobre Cuba, ahora agrega el bloqueo impuesto sobre Venezuela. Ni que decir de sus pretensiones intervencionistas en Nicaragua o El Salvador. Tampoco de la utilización del tan mentado Lawfare o “guerra jurídica” que fue utilizado en varios países de la región, fundamentalmente en Brasil y Argentina, contra políticos opositores o contrarios a los intereses de la Casa Blanca y que la ex-Presidenta y actual Vicepresidenta de la Argentina, Cristina Fernández, denunció y definió ante un tribunal durante su declaración indagatoria en el marco de la causa por la obra pública en Santa Cruz que es llevada adelante en los Tribunales de Comodoro Py, sospechados de albergar lo que el actual Presidente argentino, Alberto Fernández, calificó como “sótanos de la democracia”.
Atilio Borón, en el prólogo del libro “Tiempos de Oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina”, de Marcos Roitman Rosenmann, señala muy atinadamente que “las luchas democráticas de nuestro tiempo requieren claridad ideológica para identificar aliados y enemigos a la vez que un conocimiento exhaustivo de nuestro turbulento pasado, imprescindible para una correcta praxis política del presente”; advirtiendonos que en esta larga y muchas veces penosa marcha por la historia de la dominación a la que fueran sometidos nuestros pueblos, siempre encontraremos “una dominación oligárquica primero, burguesa después, e imperialista siempre, y por eso mismo pautada por una ininterrumpida sucesión de golpes de Estado que conmovieron las entrañas de nuestra América”.
Rememorando gestas, luchas y triunfos electorales
Entre 1998 y el 2003 los pueblos latinoamericanos protagonizan enormes rebeliones que en algunos casos terminaron en insurrecciones. Ecuador (1998, 2000) ; Argentina (2001); Bolivia (2000, 2003); Paraguay (1999) fueron los teatros donde se subió a escena la tragedia de los pueblos que fueron asolados por políticas neoliberales que se instrumentaron de norte a sur y de este a oeste.
Esos gigantescos procesos de luchas económicas y políticas en contra del ajuste, la exclusión y el hambre abiertos durante la última década del siglo XX; permitieron hundir la barreta por medio de la cual nuestros pueblos comenzaron a hacer palanca con mucha fuerza y lograron resquebrajar la hegemonía neoliberal, llegando en muchos casos a romperla.
Consecuencia de esas grandes luchas, la región tuvo un aluvión de gobiernos que tomaron una parte de la agenda que planteaban las organizaciones populares. A partir del año 1999, la llegada al gobierno de Venezuela de Hugo Chávez, candidato del Movimiento Quinta República (MVR), fue la precursora de una seguidilla de gobiernos electos por el voto del pueblo que produjeron un notable y marcado cambio de signo político en la región. Lula Da Silva en Brasil (2003); Nestor Kirchner en Argentina (2003); Tabaré Vázquez en Uruguay (2005); Evo Morales en Bolivia (2006); Michelle Bachelet en Chile (2006); Rafael Correa en Ecuador (2007); Fernando Lugo en Paraguay (2008).
El neoliberalismo y conservadurismo fueron relegando posiciones y perdieron peso; pero nunca dejaron de gravitar en la vida política de nuestros países. Y eso se puede apreciar, notablemente, en el carácter reformista de muchas de las políticas que se llevaron adelante y que no reflejaron del todo las grandes demandas y aspiraciones de nuestros pueblos. También se vio en la capacidad de bloqueo que esos grupos neoliberales y conservadores desplegaron ante reformas o iniciativas que no llegaron a prosperar por su enconada oposición.
¿Existe un golpismo latinoamericano?
La década de los ‘80 del siglo pasado fue el momento histórico en el cual pudimos vivir un verdadero proceso de restauración de gobiernos democráticos en una región que fue asolada por salvajes dictaduras cívico-militares y contrarrevolucionarias; dictaduras que contaron con la complicidad de amplios grupos empresariales y de la Iglesia.
Esas democracias germinaron al vaivén de duros acontecimientos que harían dudar sobre la fuerza de la ola democratizadora. En muchos casos, sufrieron los condicionamientos de un fuerte poder militar que se asomaba detrás de bambalinas; como en los casos de Brasil o Chile. En otros, supo resistir estoicamente los intentos de golpes de Estado aunque fue prisionera de las propias dudas y cavilaciones de una dirigencia que prefirió hocicar ante las demandas de obediencia debida y punto final de los sectores golpistas en vez de apoyarse en una fuerte sociedad civil que reclamaba a gritos memoria, verdad y justicia; como en el caso de Argentina.
Para Borón, si bien el golpismo contemporáneo ya no es el de antes, el mismo “pasa por una amplia variedad de formatos que han postergado –aparentemente más que para siempre– el clásico golpe militar de antaño. Si ahora hay que apelar a la coerción quien se encarga de ello es la policía, que en casi todos los países del área ha venido siendo adiestrada y equipada por diversas agencias de los Estados Unidos (…) Pero la coerción militar tan preponderante en el pasado cede ahora protagonismo a otras formas de presión, de ahí aquello del soft power: derrocamientos «institucionales» de gobernantes legítimos apelando al protagonismo de los congresos o el poder judicial, «golpes de mercado» puestos en evidencia por la fuga de capitales, huelga de inversiones, acaparamientos y desaparición de suministros básicos, bloqueos de remesas (para el caso de países con numerosa población emigrada radicada en Estados Unidos o Europa) son algunos de los tantos dispositivos que en el pasado han demostrado poseer una extraordinaria eficacia para derrumbar gobiernos o influir en la voluntad del electorado”.
Cabe destacar que hoy en día, estamos bastante lejos de aquellos procesos revolucionarios que se dieron en nuestro continente y una parte importante del mundo durante las décadas de los ‘60 y ‘70. Procesos que si bien dejaron profundas huellas y marcas en nuestras sociedades, lejos están de lograr encauzar ése torrente poderoso de voluntad y determinación de los pueblos cuando estos deciden romper sus cadenas.
El aniquilamiento de las organizaciones políticas y político-militares de los pueblos durante aquellos aciagos años de terrorismo de Estado, fue el principal objetivo de las dictaduras contrarrevolucionarias latinoamericanas.
En el presente, la inexistencia de organizaciones políticas y político-militares que desafíen el poder del imperialismo y de las clases dominantes, disputando el monopolio del uso de la fuerza; hacen que no sea del todo necesario o de manera directa la utilización del poder de los militares para llevar adelante estos novedosos “golpes blandos” que se parecen más a las complicadas intrigas palaciegas de una serie de Netflix que a los golpes de Estado de antaño. Tal como afirma Maurice Lemoine, en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique: “Estados Unidos y sus aliados han aprendido a provocar la caída –o tratar de provocarla– de los gobiernos que le molestan, sin derramar demasiada sangre”.
Borón nos advierte que "el imperio no descansa y que las luchas por la democracia y para sostener los avances sociales y políticos que en algunos países de la región se registraron en los últimos años serán cada vez más encarnizadas, debiendo enfrentar nuevas formas de golpe de Estado e inéditos dispositivos de intervención imperialista diseñados para acomodar las realidades políticas de América Latina y el Caribe a los intereses de la gran potencia".
La ex Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, derrocada por un golpe de Estado en 2016, señaló acertadamente la actual táctica desplegada por el imperialismo y sus aliados: “En el pasado con las armas, y hoy con la retórica jurídica, nuevamente pretenden atentar contra la Democracia y contra el Estado de Derecho”.
Demás está decir que esa gran potencia son los Estados Unidos y que, hoy en día, los golpistas al estilo de antaño casi no existen o no se muestran; mientras proliferan los golpistas de nuevo cuño más propensos a utilizar corbatas que charreteras. Pero que los hay, los hay.
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