Nota acerca del proyecto de explotación petrolera sobre el mar argentino.
12 de junio de 2021
Hace una semana nos desayunábamos la noticia de que la plataforma off shore más grande de PeMex había causado un grave derrame de petróleo sobre las aguas del ya dañado golfo de México. Las primeras imágenes del evento, sacadas por un helicóptero que sobrevolaba la zona, daban cuenta de un impactante ojo de fuego que se desarrollaba en el lugar. Según la información provista por la empresa de bandera mexicana, el accidente habría sido causado por la rotura de un ducto submarino. A pesar de que no hubo heridos tras la explosión, las imágenes clarificaban más que mil palabras: esta práctica de extracción de recursos naturales constituye un peligro latente e irreversible para los ecosistemas marinos, las economías locales que dependen de la pesca, el turismo, y en fin, para el desarrollo mismo de la sociedad.
No es la primera vez que este tipo de episodios suceden sobre el golfo de México. Allá por 2010, una plataforma petrolífera de la British Petroleum (BP) explotó, matando a 11 de los trabajadores de la plataforma y vertiendo decenas de miles de barriles de petróleo al mar (Greempeace.com). Se estima que fue un derrame de 4,9 millones de barriles de crudo, unos 795 millones de litros, que tardó en contenerse 87 días e inició una catástrofe ambiental más allá del tiempo (France24). La mancha negra se expandió rápidamente a lo largo de cientos de kilómetros a la redonda, frente a las costas de los estados sureños de Estados Unidos. El número de especies marinas y aves acuáticas fallecidas, se contaban de a millares. La industria pesquera y turística, por su lado, resultaron más que perjudicadas, redundando en la pérdida de miles de puestos de trabajo y crisis de economías locales que vivían de la calidad indispensable de ese mar. Porque, como suele suceder, a nadie le gusta comer pescado empetrolado, ni se baña sobre un fango oscuro imposible de sacar del cuerpo. Aun hoy el golfo de México no puede recuperarse del desastre ambiental.
El temible ojo de fuego sobre el golfo de México encendió las alarmas en Argentina, en días en que el Estado nacional concede a la noruega Equinor y otras corporaciones petroleras de bandera extranjera, la plataforma correspondiente al mar argentino para su exploración y posterior explotación. Puntualmente, se debate la prospección sobre lo que se llama Cuenca del Colorado, o como le dicen ahora “Cuenca Norte”. Este sector se encuentra aproximadamente a 300 kilómetros al este de las costas de las provincias de Buenos Aires y de Río Negro, y comprende parte del talud continental marítimo, sector que Argentina “ganó” y sumó a su cartografía tras la aprobación de la ONU, después de década de reclamos, en 2017.
Como si fuese casualidad, o un golpe del destino muy llamativo, al año siguiente el gobierno presidido en ese momento por Mauricio Macri otorgó la concesión a privados de distintos sectores del mar argentino, para la prospección de hidrocarburos. En esos grupos se cuentan la cuenca Malvinas Oeste, Austral marina (frente a Santa Cruz), San Jorge marina y la mencionada cuenca “Norte”, que es la última que queda sin explotar. Aunque la actividad off shore, es decir, hacia el mar, tiene unas décadas de historia en el país, es la primera vez que el Estado se empeña con tanto ímpetu es encontrar nuevos interesados para capitalizarlo en nuevas zonas de sacrificio.
Haciendo un poco de historia, tenemos, entre otros, dos eventos con consecuencias ambientales negativas en lo que atañe a dicha forma de explotación: una sucedida en 1998 cerca de la localidad de Magdalena, provincia de Buenos Aires, cuando dos busques de empresas extranjera colisionaron sobre el rio de La Plata, a 20 kilómetros de la costa magdalense. Uno de ellos que transportaba crudo, derramó más de 5 millones de litros de crudo, en lo que se considera el mayor derrame de petróleo sobre aguas dulces de la historia. No solo el agua del río y arroyos circundantes se vio contaminada, sino también la flora y la fauna de la zona. Incluso algunos pobladores denunciaron contaminación de napas. El responsable del incidente, Shell, pagó en 2002 10 millones de dólares al municipio local, deslindándose completamente de lo ocurrido. Magdalena pasó de ser de esta forma un destino turístico con balneario propio, a no tener nada más que un paisaje distópico.
El otro caso ocurrió en 2007 en Caleta Córdova (Chubut), cuando se produjo un derrame de crudo durante la carga de un buque, a escasos metros de la playa. Como resultado: cientos de metros cúbicos arrojados al ecosistema marino y costero, duramente dañado.
De "Teorías del derrame" y el derrame
Por ello, y por más que no estemos citando casos donde se haya dado un derrame producto de la actividad extractiva sobre las cuencas off shore –aunque solo los ejemplos ocurridos en México, y otros cientos sucedidos en el resto del planeta basten para sustentar esta opinión-, indirectamente nos estamos refiriendo a desastres ambientales que se podrían haber evitado de haberse cambiado de matriz productiva. Poseemos los hechos empíricos que demuestran el riesgo tomado y las consecuencias que esto encadena.
En este marco, un estudio hecho por la Universidad del Centro de Buenos Aires en noviembre del año pasado, arrojó que la probabilidad o recurrencia de derrame de hidrocarburos sobre la cuenca que hoy se intenta poner en prospección, frente a la costa bonaerense, es de un 100%. El informe además plantea que el mayor pico de derrame se podría dar justamente con el aumento de la extracción.
Yendo a lo que es la explotación de hidrocarburos no convencionales en el país, como existe en Vaca Muerta, observamos y somos testigos de cómo las promesas de sustentabilidad son quimeras que justifican un modelo económico altamente peligroso para los ambientes desarrollados a lo largo de los territorios, ya sea oceánico como continentales. El extractivismo no genera progreso, ni desarrollo, ni verdadera justicia social, como dicen afirmar los que tienen a cargo el Estado. Está a la vista que se trata de un esquema aplicado en Argentina y la región latinoamericana, que solo ha beneficiado a unos pocos grupos concentrados de la economía, generalmente trasnacionales; que no genera empleo genuino, y que ensancha las desigualdades existentes en el resto de la sociedad, dejando tras de sí graves problemáticas ambientales, sociales y económicas.
La llamada “Teoría del derrame”, celebrada por los adalides del capitalismo neoliberal, tiene más posibilidades de concretarse sobre nuestras aguas, ríos y montañas, que sobre la sociedad. Si la extracción hidrocarburífera que se planea hacer frente a las costas de ciudades que viven de la pesca y el turismo -como son Mar del Plata, Miramar y Necochea- se llevara a cabo, estaríamos frente a un escenario de catástrofe medioambiental y de ruina para los sectores trabajadores que viven de las riquezas inconmensurables que nos regala el mar, no de su muerte.
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